Javier Andrés Tibaquirá. Alumno del Postgrado en Diseño y Edición de Acciones Formativas On-Line

Licenciado en Filología e Idiomas de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá). En la actualidad alterna la escritura y la edición de materiales educativos en inglés para una editorial colombiana.

Me preocupa que lo educativo sea lo que menos interesa en el campo de la educación y las TICs

14 noviembre 2013

Uno de los primeros ejercicios que realizan los alumnos del Postgrado en Diseño y Edición de Acciones Formativas On-Line es presentarse a través de una entrevista al estilo de la popular «la Contra» publicada diariamente por La Vanguardia. Nos complace compartir el trabajo de Javier Andrés Tibaquirá en el cual expone sus reflexiones contrastando «la vieja escuela» del libro tradicional con el aprendizaje a través de los soportes digitales. Muchas gracias, Javier, por tu publicación.

Te encargas te desarrollar contenidos digitales, y sin embargo te declaras un profano en la materia. ¿A qué juegas? 

A nada. Sucede que por mucho tiempo trabajé como editor de materiales pedagógicos impresos, los impopulares textos escolares. Un día me propusieron editar materiales digitales, complementarios a los impresos, que estarían disponibles en una plataforma tipo LMS. Acepté, y en estas llevo cuatro años. Sin embargo, el mío ha sido un aprendizaje intuitivo, por búsqueda, por comparación. Necesito actualizarme, hallar una perspectiva desde lo académico que complemente lo (poco, siempre es poco) que sé de pedagogía, particularmente en lo que se refiere a la enseñanza-aprendizaje de lenguas extranjeras, campo en el que me desempeño. De ahí mi interés en las acciones formativas, en este Postgrado.

Podría decirse entonces que eres un editor tradicional… 

Me formé en el “negocio viejo”, que es como algunas personas en la empresa para la que trabajo, y en el medio en general, se refieren al texto impreso (qué cosas, treinta y tres años y para ellos ya estoy caduco). Con todo, tuve la oportunidad de saltar al “negocio nuevo”, y me he dado cuenta de que, cuando menos en lo que a la labor editorial atañe, no existen grandes diferencias. Claro, entran en juego muchas otras variables, especialmente en la etapa de planificación, pero el oficio no cambia: desarrollar contenidos.

Se percibe un «tufillo» descreído en lo tecnológico…

No, no… Seré honesto: es verdad que en muchas cosas soy anticuado. No uso reloj, por ejemplo, pero me paso el día escuchando música y conectado a la red (hasta tengo un blog). Ahora bien, cuando se trata de libros (que son tecnología, solo que de vieja data), los prefiero en físico: el olor, el tacto (el sabor ya no)… Para mí, la relación con un libro es íntima, pasa por lo sensorial. Por supuesto, me refiero a los libros de literatura, que para mí son media vida. Pero los contenidos educativos son otra cosa: es claro que se han visto potenciados por la eclosión de dispositivos, de sitios web, de iniciativas virtuales de los últimos años. Y aunque su desarrollo en lo editorial (autoría, revisión, corrección) no haya, en muchos sentidos, cambiado, su concepción sí es, o debería ser, totalmente diferente.

Pero…

Sí, hay peros. En primer lugar, me gustaría saber si se aprende igual en Internet que fuera de él. Es decir, en qué medida ha influido en nuestros procesos cognitivos. Allí, supongo, las neurociencias tendrán mucho que decir. En segundo, y conecto con la pregunta anterior, me preocupa que lo educativo sea lo que menos interesa en el campo de la educación y las TICs.

¿Por qué?

Porque, y aquí me refiero al entorno privado, solo parece importar el negocio (y ten en cuenta que trabajo para una empresa editorial). Me explico: cuando vas a un evento de tecnología y educación, lo que te encuentras, al margen de las charlas y presentaciones “académicas”, es a un puñado de colosos informáticos y un sinfín de empresas pequeñas publicitando sus desarrollos, ofreciendo contenidos educativos como un plus, como algo secundario. Lo que quiero decir es que debería ser al revés: la tecnología al servicio de la educación. Y no me refiero a grupos de investigación serios ni a entidades académicas; no tienen la misma visibilidad ni influencia. Hace unos años, por ejemplo, Apple hizo público su propio enfoque pedagógico, el Challenge-Based Learning, en el que sus dispositivos juegan un papel fundamental. Pero en lo esencial no se trata de un enfoque nuevo, sino de una adaptación de enfoques ya existentes. Y lo más grave: una adaptación diseñada para potenciar el consumo de sus productos.

¿Y un tercer lugar?

Bueno, sí, tendría que ver con el movimiento, con la acción. Sé que no tiene relación inmediata con los temas del Postgrado, pero no dejo de preguntarme hasta qué punto estamos fomentando el sedentarismo en nuestros niños y jóvenes. Bien lo advertía Montaigne hace cuatro siglos, que el alma y el cuerpo han de educarse por igual. Porque en todos lados veo padres orgullosísimos de lo bien y fácil que sus hijos interactúan con sus tabletas o teléfonos inteligentes, pero me pregunto si interactúan con otros niños de la misma forma, o si llegará el día en que no les guste mover los huesos. Personalmente, no quisiera que mis hijos, si llego a tenerlos, sean unos micro-genios incapaces de correr media cuadra sin agotarse o aburrirse. Un poco como los gorditos de la película Wall-E. En fin, espero que solo sea una preocupación de orden ficcional.

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