La gestión del tiempo es, desde hace muchos años, una de las sesiones más demandadas en programas de habilidades directivas y en cursos de formación de empresa. Cada vez más directivos y cuadros técnicos tienen mucho más trabajo que tiempo para realizarlo. Alargar la jornada laboral no suele solucionar el problema, sino que muchas veces lo agrava. El cansancio se acumula y se sacrifica una parte importante de la vida personal y, a pesar de todo, continúan quedando una cantidad ingente de tareas por terminar. Y esta situación no suele ser sostenible en el tiempo, ya que a menudo deriva en problemas somáticos (estrés, dolores físicos…), y en una disminución de la satisfacción del trabajo y del rendimiento.
Lograr salir de esta dinámica no es fácil porque requiere un cambio de hábitos, y para conseguirlo se necesita una cierta disciplina. La gestión del tiempo en sí no existe, lo que existe (y es posible) es mejorar la gestión de uno mismo, una competencia de autogestión clave para conseguir ser más eficaz en el trabajo. Desarrollar dicha competencia implica adoptar de forma disciplinada 5 prácticas básicas de trabajo:
Focalizarse en las tareas clave significa darles la suficiente prioridad y dedicarles una parte importante de nuestro tiempo. Si las tareas clave son las que nos llevan a la consecución de los objetivos importantes, su prioridad debe de ser máxima y debemos gestionar nuestra agenda en consecuencia.
Gestionarse uno mismo de acuerdo con estas cinco prácticas no es tarea fácil, ya que comprende un doble reto. El primero es saber cómo realizarlas: ¿Cómo se fijan los objetivos?, ¿cómo podemos descubrir qué tareas son clave y cuáles no?, ¿cómo hay que planificarlas para asegurar una buena ejecución de las mismas?, ¿qué podemos delegar y cómo hay que hacerlo?, ¿cómo podemos decir que no sin incomodar o generar conflicto? Aprender cómo llevar a la práctica esta forma de gestionar el propio tiempo es el primer paso. Convertirlo en hábito es el segundo reto, ya que conseguirlo requiere disciplina. Disciplina en cada una de las prácticas. Pero, parafraseando a Jim Rohn, es una cuestión de elección: “todos tenemos que sufrir uno de los dos dolores: el dolor de la disciplina, o el dolor del arrepentimiento”. Yo escogí el primero, ¿y tú?
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