Nuestro cerebro aprende de nuestro comportamiento y al mismo tiempo lo condiciona. Es el órgano del pensamiento con el que aprendemos cosas nuevas y del que surgen todas nuestras facultades mentales cognitivas. Se alimenta de las experiencias que vivimos, que quedan grabadas en forma de conexiones neuronales, de las que después surgen nuestros patrones de conducta.
Por eso es que nuestra capacidad mental no se mide por la cantidad de neuronas que componen nuestro cerebro, sino por la cantidad de estas conexiones neuronales que produce. Un cerebro activo y cultivado, que genera muchas conexiones a través del aprendizaje, tendrá después mayor plasticidad para generar nuevas conexiones con facilidad.
La actividad neuronal tiene también su correlato genético. Como cualquier otro órgano biológico, su actividad y funcionamiento están guiados a partir de ciertos programas genéticos. Así lo explica el Doctor en biología, profesor e investigador de genética en la Universitat de Barcelona David Bueno, quien propone reflexionar, junto a los alumnos del Postgrado en Digital Learning y Experiencias de Aprendizaje Emergente, sobre la influencia de la genética y el ambiente en la capacidad de aprendizaje, y de la interacción entre ambos a través del epigenoma.
Para distinguir el peso de la genética en el desarrollo de cada una característica de nuestro comportamiento -por ejemplo, la empatía, la capacidad de liderazgo o la calidez parental- se utiliza el término de la heredabilidad.
A través de un porcentaje, permite medir las diferencias de base genética que podemos presentar dos personas con respecto a una de estas facultades. La empatía, por ejemplo, tiene una herabilidad del 47%, lo que significa que las diferencias que podemos tener en cuanto a nuestro nivel de empatía se explica en un 47% por nuestra genética.
En cuanto a aquellos aspectos más vinculados al aprendizaje, el Dr. Bueno explica que, por ejemplo, el hecho de ser una persona más realista, investigativa, social o emprendedora pueden presentar una heredabilidad de entre el 31 y 39%. La inteligencia, por su parte, entre un 20 y 80% según la edad, mientras que la memoria y la creatividad alrededor de un 60%. Ello no quita, sin embargo, que a través de intervenciones ambientales, como por ejemplo en educación, se puedan potenciar o alternativamente mutilar cualquiera de estas capacidades, mucho más allá de lo que indican los genes.
El genoma humano almacena la información y las instrucciones que permiten que nuestro cuerpo se forme y funcione, pero también se necesita de algún mecanismo para responder y adaptarse al ambiente donde se encuentra cada uno. “Los genes influyen en nuestro comportamiento, pero no lo determinan. El resto de las influencias provienen del ambiente”, afirma el Dr. Bueno.
Las modificaciones epigenéticas son señales que se añaden al ADN para indicar cuándo debe funcionar o silenciarse un gen determinado. Las mismas se agregan muchas veces de forma programada y otras a partir de la interacción con el ambiente, y de esa manera permite que la función de los genes se adapte al entorno concreto en el que vive cada persona.
Así, el contacto con el ambiente puede producir eventualmente modificaciones en nuestra estructura genética. Esto significa que un mismo genoma puede tener epigenomas diferentes, en función de las distintas condiciones físicas y culturales a las que se encuentra expuesto.
Parte del ambiente que condiciona nuestras modificaciones epigenéticas depende de nosotros mismos. A partir de ciertos hábitos y también adicciones –como la dieta alimentaria, el deporte, o el fumar tabaco o marihuana- pueden producirse efectos tanto positivos como negativos en nuestro epigenoma que se mantengan en el tiempo.
Algunas prácticas pueden generar distintos impactos en nuestra capacidad de desarrollar habilidades necesarias para el aprendizaje. Los ejemplos señalados por el Dr. Bueno fueron:
Las modificaciones epigenéticas se pueden producir a cualquier edad, al igual que las conexiones neuronales nuevas que nos permiten aprender. Sin embargo, la infancia es la etapa más plástica, en la que se producen con mayor facilidad. Una persona que no ha aprendido de niño, que no ha hecho las modificaciones epigenéticas necesarias, de mayor le va a resultar mucho más costoso aprender.
En cambio, el Dr. Bueno i Torrens explica que “alguien que ha tenido una estimulación normal, en un ambiente rico, tiene modificaciones epigenéticas en su memoria que hace que sea mucho más fácil continuar con los procesos de aprendizaje y será un adulto que aprenderá con muchísima más facilidad”.
Para el experto, es importante tener presente que “nada de lo que hacemos pasará desapercibido para nuestro epigenoma. Como profesor, una simple mirada de confianza y apoyo o de rechazo a un alumno puede generar una tendencia en esa persona. Y una tendencia a largo plazo puede generar un patrón de conexiones neuronales o modificaciones epigenéticas que sean o no favorables”.
De esta manera, se abre un abanico que invita a reflexionar en torno al posible impacto que pueden tener las distintas prácticas que sostenemos en la posibilidad de desarrollar las habilidades necesarias para aprender. “Si uno sabe que a partir de sus propias actitudes está condicionando su propio epigenoma, le es mucho más fácil encaminarlas”, sostiene el Dr. Bueno.
Bibliografía relacionada: «Epigenoma para cuidar tu cuerpo y tu vida«. Plataforma Editorial, 2018.
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