En el marco del Postgrado en Salud Digital del IL3-UB, entrevistamos a Gerard Carot, docente del programa y investigador sènior i coordinador del grup de recerca DS3 al Servei Català de la Salut. Gerard es licenciado en Bioquímica (UB), Farmacia (UB). Doctor en Farmàcia (UB). Experto en diseño de estudios clínicos y redactor médic formado en los programes «foundation» y «advanced» de la European Medical Writers Association (EMWA).

¿Qué entendemos por salud digital?

En un sentido amplio podríamos definir la salud digital como el uso de tecnologías digitales para la promoción de la salud. Aunque hace décadas que se utiliza tecnología digital en aparatos de diagnóstico y otros dispositivos, el concepto de salud digital no se ha adoptado hasta la aparición de herramientas asociadas a teléfonos móviles inteligentes (smartphones), tecnologías de la información y la comunicación, dispositivos portátiles y herramientas de telemedicina. La salud digital es un campo muy amplio y que está todavía por ordenar. Seguramente, en un futuro no muy lejano, estas tecnologías estarán tan integradas en nuestra profesión que ya no tendrá sentido hablar de salud digital, sino que nos referiremos a cada una de ellas (eHealth, wearables, telehealth…) por separado.

¿Cuáles son los principales aspectos por tener en cuenta para mejorar en la investigación en salud?

La investigación en salud ha alcanzado unos estándares de calidad altísimos en el campo del desarrollo de medicamentos. Sin embargo, estos estándares todavía no han conseguido penetrar la investigación en los campos de salud digital o modelos de atención integrada, en los cuales muy a menudo se implementan herramientas o soluciones en base a una evidencia muy precaria o inexistente. Seguramente, esto se deba en parte a que la investigación clínica no puede alcanzar el ritmo al que se desarrollan las herramientas de salud digital, pero no hay excusa para perpetuar esta dinámica. Debemos aprovechar el conocimiento acumulado en cuanto a metodología de la investigación clínica y epidemiológica para evaluar de una forma rigurosa la efectividad, la seguridad y el balance coste-efectividad de estas herramientas. Los estándares para una investigación de calidad están ahí, ahora debemos generar una cultura de la medicina basada en la evidencia también en salud digital.

¿Cuáles son las principales necesidades en materia de innovación en salud?

Pienso que en las últimas décadas hemos conseguido avances históricos en farmacoterapia y cirugía, importantísimos para mejorar la salud de la población, pero estamos fallando en lo básico. Nos hemos centrado mucho en tratar y hemos descuidado la prevención y la salud pública. Hoy en día somos capaces de curar enfermedades que eran potencialmente mortales hace poco más de un siglo, pero hemos permitido que los principales problemas de salud (e incluso de mortalidad) estén estrechamente relacionados con los hábitos de vida y sean, por tanto, evitables en su origen. Además, el cambio social y demográfico que estamos viviendo podría comprometer la viabilidad de los recursos sanitarios que ya hemos desarrollado si no somos capaces de planificar adecuadamente. En resumen, ha llegado el momento de poner el foco de la innovación a la prevención y la planificación. El gran reto para transitar este camino será salir de la zona de confort en innovación en salud y entrar en una zona con un importante componente político e intersectorial.

Desde la idea hasta la validación de propuestas innovadoras, ¿cuál es el proceso?

El marco regulatorio (particularmente el de las soluciones digitales) está en un proceso de cambio casi permanente hasta que alcance un escenario consolidado. Además de este escenario cambiante, el campo de la salud digital incluye un amplio abanico de casuísticas, por lo que es imposible trazar un camino único para todas las ideas. Principalmente, para que una idea se traduzca en una herramienta realmente innovadora debería confirmarse, ante todo, su seguridad (es decir, que el uso de esta tecnología no está incrementando el riesgo de dañar un paciente o descuidar un problema de salud). En segundo lugar, debería demostrarse su efectividad o eficacia (comparado, por ejemplo, con el tratamiento habitual) en un entorno experimental y altamente controlado. Finalmente, deberíamos investigar los determinantes de su correcta y satisfactoria implementación en la práctica real, incluyendo la identificación de barreras y facilitadores, así como el balance coste-efectividad de esta tecnología. En resumen, no existe una receta única para todas las tecnologías, pero a grandes rasgos este podría ser el camino ideal.

¿Hay suficientes profesionales formados en este ámbito de la salud digital?

Sorprendentemente no. Vivimos la paradoja de que nuestros profesionales ―tanto clínicos como gerentes o planificadores― conviven a diario con tecnologías digitales avanzadas (a través de teléfonos móviles, tabletas, etc.), pero carecen de formación básica sobre tecnología digital aplicada a la salud. Un médico, por ejemplo, puede ayudarse de su smartphone para una exploración en un servicio de urgencias, pero puede no tener conocimiento alguno sobre cómo se estructura la información en la historia clínica electrónica, desconocer cómo funciona en términos generales un algoritmo de soporte a las decisiones clínicas, o incluso tener una idea muy vaga de qué beneficios y riesgos puede uno esperar de una mayor digitalización de su centro de salud. De nuevo, estamos descuidando lo más básico y, lamentablemente, muchas tecnologías de calidad y basadas en la evidencia no pueden implementarse adecuadamente en la práctica real debido a la resistencia de los profesionales al cambio, a menudo por falta de formación.

IL3

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