Cómo funciona nuestro mecanismo de valoración emocional

Una emoción se activa a partir de un acontecimiento. Su percepción puede ser consciente o inconsciente. El acontecimiento puede ser externo o interno; actual, pasado o futuro; real o imaginario; consciente o inconsciente. Un acontecimiento interno puede ser un dolor de muelas que anticipa la visita al dentista. También puede ser un pensamiento.

Tenemos un mecanismo innato que valora cualquier estímulo que llega a nuestros sentidos. Es como una especie de scanner, como los que hay en la zona de control de los aeropuertos, que detecta cualquier información susceptible de activar la respuesta emocional. Este mecanismo es como si preguntara ante cualquier acontecimiento: ¿esto cómo afecta a mi supervivencia?, ¿cómo afecta a mi bienestar? Cuando un acontecimiento es valorado como que puede afectar a mi supervivencia o a mi bienestar (o al de las personas próximas), se activa la respuesta emocional.

Esta valoración puede ser consciente o inconsciente. De hecho, se trata de una reacción tan rápida que aunque sea cognitiva, en general no es consciente o cognoscitiva. Es una valoración automática.

Un mismo acontecimiento puede ser valorado de forma distinta según las personas. Un ejemplo evidente es el de un partido de fútbol. Cuando se marca un gol, la valoración es diametralmente diferente por parte de los seguidores de los distintos equipos: unos se alegran y los otros se entristecen. Ante un suspenso, un alumno puede experimentar rabia, otro tristeza y otro vergüenza. Esto pone en evidencia como la emoción no depende del acontecimiento en sí, sino de la forma que tenemos de valorarlo. Como dijo Epicteto en el Enchiridion, «El hombre no está perturbado por las cosas, sino por la visión que tiene de las cosas»; Shakespeare también trató el mismo tema en Hamlet, acto II, escena 2: «No hay nada bueno o malo; el pensamiento lo hace así».

El mecanismo de valoración activa la respuesta emocional, en la cual se pueden identificar tres componentes: neurofisiológico, comportamental y cognitivo.

  • El componente neurofisiológico consiste en respuestas como taquicardia, sudoración, vasoconstricción, cambio en el tono muscular, secreciones hormonales, cambios en los niveles de ciertos neurotransmisores, etc.
  • El componente comportamental coincide con la expresión emocional. La observación del comportamiento de un individuo permite inferir qué tipo de emociones está experimentando. El lenguaje no verbal, principalmente las expresiones del rostro y el tono de voz, aportan señales de bastante precisión.
  • El componente cognitivo es la experiencia emocional subjetiva de lo que pasa. Permite tomar conciencia de la emoción que estoy experimentando, lo cual permite etiquetarla, en función del dominio del lenguaje. Por ejemplo: “siento un miedo que no puedo controlar”. Las limitaciones del lenguaje imponen serias restricciones al conocimiento de lo que me pasa en una emoción. Estos déficits provocan la sensación de «no sé qué me pasa». De ahí la importancia de una educación emocional encaminada, entre otros aspectos, a un mejor conocimiento de las propias emociones y la denominación apropiada. Ser capaz de poner nombre a las emociones es una forma de conocernos a nosotros mismos. La componente cognitiva coincide con lo que se denomina sentimiento.

Las emociones suelen impulsar hacia una forma definida de comportamiento; ya sea enfrentándonos o huyendo de las situaciones que nos producen las emociones. Esta predisposición a la acción se resume en la expresión «fight or fly» (lucha o vuela), que refleja los dos comportamientos básicos para asegurar la supervivencia.

Cuando se dice que la emoción predispone a la acción, no significa que la acción tenga que darse necesariamente. Por ejemplo, me puedo sentir ofendido por el comentario de alguien y sentir una impulsividad a responder de forma violenta. Esta predisposición a la acción se puede regular de forma apropiada con entrenamiento. Es decir, con educación. Esto es muy importante, ya que la educación emocional tiene como uno de sus objetivos entrenar para dar respuestas apropiadas y no impulsivas.

La inteligencia emocional es otra forma de referirnos a la educación emocional. La educación es mucho más amplia que la escolarización. La formación en las empresas es una forma de educación. La inteligencia emocional en las organizaciones es una forma de expresar la educación emocional en las empresas.

Bibliografía

Bisquerra, R. (2009). Psicopedagogía de las emociones. Madrid: Síntesis.
Bisquerra, R. (2013). Cuestiones sobre bienestar. Madrid: Síntesis.
Bisquerra, R. (2015). Universo de emociones. Valencia: PalauGea.

IL3

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