Orígenes y bases de las Interacciones Asistidas con Animales

3 febrero 2023

Desde la antigüedad, se ha reconocido el valor de los animales como herramienta para curar tanto el cuerpo como el alma. Los griegos, por ejemplo, recomendaban los paseos a caballo para levantar la autoestima de las personas que sufrían enfermedades incurables.

Según la mitología griega, Esculapio, hijo de Apolo y dios de la Medicina, proporcionaba sanación mediante el contacto con perros. En el sanatorio de Epidauro los enfermos se ponían en contacto con perros, que eran considerados reencarnaciones divinas con el poder de curar mediante sus lamidos.

Después del período medieval, en el que cualquier utilización de un animal como fuente de salud era considerada pagana y, por tanto, perseguida, la ilustración llevó consigo un renovado interés por la contribución de los animales al bienestar humano. En 1699, John Locke recomendaba entregar animales a los niños para promover el sentido de la responsabilidad y la empatía con los seres vivos, que más tarde podrían ser transferidos a las relaciones humanas. Los caballos se utilizaron durante el siglo XVII en Europa en la rehabilitación de personas discapacitadas.

En los siglos XVIII y XIX fueron numerosas las instituciones que utilizaron animales con finalidades curativas. Un ejemplo paradigmático es el del centro The Retreat York, en Inglaterra, hoy aún abierto. Fue fundado en 1792 por William Tuke a partir de su convencimiento de que el enfermo mental podía ser rehabilitado y que este objetivo era alcanzable a través de métodos de tratamiento no cruentos y respetuosos con la dignidad del paciente. Muy pronto, Tuke intuyó que el contacto con animales podía ser beneficioso para los enfermos mentales y los incorporó en su centro. Ya en el siglo XIX y también en el Reino Unido, el hospital para enfermos mentales Bethlem adoptó animales de diversas especies para enriquecer el entorno de los pacientes, con resultados muy satisfactorios, tal y como relatan las crónicas del momento.

A pesar de la progresión observada hasta el momento, la mayoría de programas terapéuticos con animales fueron abandonados con la llegada del siglo XX por diversos motivos. Muchos programas involucraban a los pacientes en el cuidado diario de los animales y algunas instituciones temían ser acusadas por eso de utilizar a los usuarios de los programas como mano de obra gratuita. Además, el contacto con animales se percibía como una fuente de transmisión de enfermedades en un momento en que la higiene y la asepsia de los centros sanitarios había pasado a ser un aspecto prioritario.

A mediados del siglo XX, las intervenciones terapéuticas con animales fueron objeto de un interés renovado. En la actualidad, miles de pacientes y usuarios disfrutan de la intervención de animales dentro de su marco terapéutico.

La investigación en las intervenciones asistidas con animales

Hace decenas de años algunos científicos se propusieron investigar y cuantificar los beneficios que parece tener el contacto con animales en general y con perros en particular.

Los estudios científicos sobre los efectos positivos de la interacción con un animal pueden dividirse en dos grandes categorías: los que miden el efecto del simple contacto con un animal, sea o no en un entorno terapéutico, y aquellos que analizan la eficacia del uso de animales en intervenciones terapéuticas específicas.

El contacto con un animal parece tener efectos beneficiosos, tanto para la salud física como para la salud mental de las personas. Así, por ejemplo, la tenencia de una mascota se ha asociado a una presión arterial más baja, a la realización de más actividad física y a un sistema inmunitario más robusto (Anderson et al, 1992; Nimer and Lundahl, 2007). A título de ejemplo, un estudio realizado en 92 pacientes ambulatorios de una unidad de cardiología encontró que aquellos que poseían una mascota mostraban una supervivencia estadísticamente superior al resto (Friedmann, 1980). Además de los efectos de apoyo social para el propio individuo, tener cerca una mascota modifica en sentido positivo la percepción que los otros tienen de una persona y facilita las relaciones sociales. En un estudio sobre este particular, se mostraron a diversos observadores imágenes de diferentes individuos, primero solos, y después con un gato a su lado. Tener al lado un gato mejoraba la imagen que una persona proyectaba a los demás. En concreto, era percibida como más sociable y extrovertida en comparación con los sujetos que aparecían sin la compañía de una mascota (McNicholas and Collis, 2006).

Los beneficios del contacto con animales pueden relacionarse con parámetros fisiológicos concretos. El contacto con un perro con el cual se ha establecido un vínculo afectivo más o menos estable libera oxitocina y endorfinas y reduce los niveles de cortisol en sangre, este último indicador fisiológico de estrés (Odendaal, 2000).

Más allá de los beneficios que supone el simple contacto, el cuidado y hasta la educación del animal, podemos utilizar con finalidades terapéuticas, por ejemplo, en personas con dificultades para comunicarse, de motivación, de atención y de concentración, con una baja autoestima, en las que quiere promover el sentido de la responsabilidad o que presentan cualquier otra problemática de comportamiento, incluida la enfermedad mental (Fine, 2010).

La interacción con el perro ofrece posibilidades terapéuticas muy interesantes para tratar diversos aspectos del comportamiento, de entre los cuales nos gustaría destacar tres: la baja autoestima, las dificultades de comunicación y la falta de empatía.

Las personas con una falta de autoestima no se sienten juzgadas ni evaluadas por el animal y, por eso, tienen a veces menos dificultades de interacción con él que con otros seres humanos.

La relación con un animal de compañía puede ser utilizada para promover la empatía con los seres vivos en general y con las personas en particular. Es importante señalar que la correlación entre la capacidad de una persona de mostrar empatía hacia los animales y hacia las personas no es perfecta, pero sí muy elevada. Así, diversos estudios señalan una correlación elevada, de más de un 80%, entre la falta de empatía y la violencia hacia los animales y el maltrato, sobre todo a mujeres y niños (DeViney et al, 1983).

En definitiva, el perro puede ser utilizado como un catalizador o puente para trabajar elementos como la autoestima, la comunicación y la empatía de un usuario con otros seres humanos.

La cuantificación y el análisis objetivo de los efectos de la intervención de animales en un entorno terapéutico ha sido y es aún el principal caballo de batalla de la terapia asistida con animales. Hay dos preguntas fundamentales en relación con la validez de las terapias asistidas con animales: ¿son eficaces? Y en caso de serlo, ¿lo son más que otras intervenciones terapéuticas que podrían llevarse a cabo en su lugar?

Antes de analizar la evidencia científica disponible hasta el momento es importante recordar que hay dos tipos de intervención con animales en un entorno terapéutico o educativo: las denominadas actividades asistidas con animales (AAA) y las terapias asistidas con animales (TAA).

Beneficios de incorporar un animal a un proyecto educativo

Los principales beneficios de incorporar un animal a un proyecto educativo son:

  • Beneficios Fisiológicos: aumenta la relajación, disminuye la presión sanguínea/tensión arterial y, por tanto, el riesgo de desarrollar una enfermedad coronaria. Reducción del cortisol, hormona que está relacionada con el estrés y el aumento de oxitocina, hormona responsable de la sensación de placer.
  • Beneficios Motores: mejora la motricidad fina y gruesa, ofrece un modelo de nuevos comportamientos, facilita el aumento de la movilidad, se trabaja la coordinación bimanual y la óculo-manual.
  • Beneficios Cognitivos: favorece todos los procesos de aprendizaje, la atención y concentración, mejora la memoria a corto y largo plazo, facilita la comunicación asertiva, la organización de pensamientos y acciones.
  • Beneficios Emocionales: mejora la expresión emocional, verbal y no verbal; aumenta la implicación y la iniciativa; mejora la empatía y favorece la expresión afectiva; ayuda a mejorar la depresión y el sentimiento de soledad; disminuye los niveles de angustia; aumenta la autoestima y el autoconcepto.
  • Beneficios Relacionales: mejora la comunicación, la capacidad de escucha, la disposición a trabajar con un grupo, la formación de vínculos de amistad, el respeto hacia uno mismo, hacia los otros y hacia los seres vivos, fomenta el trabajo en equipo.
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